El bosque

encontrado en un maletin de difuntos sábado cualquiera

por Javier Esteban

—Son más de las tres de la madrugada. ¿Qué hacía un crío jugando en mitad de la carretera? —gimoteó por enésima vez el conductor.

Desde el asiento de atrás, su novia no le contestó. Acunaba aún aquel cuerpecito, la cabeza envuelta en una de las polvorientas mantas de viaje del maletero y las manos regordetas cada vez más frías, según la lana iba tiñéndose del negro de la sangre. El tacto pringoso decía que no llegarían a tiempo a la ciudad.

Ella se mordió los carrillos para no gritar de rabia, pero el odio en sus ojos se reflejó con toda su fuerza en el espejo del retrovisor. Masticó muy cuidadosamente las palabras antes de escupirlas.

—Si se muere, tú tendrás la culpa. Tendrás la culpa de todo lo que nos pase.
El se giró un segundo para mirarla con el latigazo del pánico en su rostro. Un segundo. Eso bastó.

El enjambre de lucecitas apareció a unos trescientos metros por delante del coche. La muchacha, en el primer momento, trató de mentirse a sí misma.

—Luciérnagas, simplemente luciérnagas...

Pero no funcionó: los dos sabían perfectamente lo que eran. Los frenos chirriaron desesperadamente, y tampoco esto les sirvió de nada cuando las hadas se abalanzaron sobre ellos.

El parabrisas estalló.

El resplandor y el agudo alarido compuesto por decenas de graciosas voces la forzaron a encogerse. Enterró la cara en el pecho de lo que, justo ahora, entendía que era un cadáver, mientras sentía una por una las minúsculas cuchillas que se clavaban en su nuca, quemándole la carne con un conjuro distinto cada vez.

Lo que apenas le llegó fue el impacto. Un empujón contra el respaldo del asiento del conductor y poco más. El movimiento cesó. El ataque también.

Levantó la cabeza y lo primero que descubrió fue que su chico yacía sobre el capó, los brazos a lo largo del cuerpo y sus hombros recostados de una manera imposible contra el árbol contra el que acababan de chocar. El dolor se anudó enloquecido en su estómago, sí, pero poco más. Estaba demasiado asustada.

Logró abrir la puerta, no se había deformado lo suficiente para encerrarla. Dejó al pequeño dentro, no tenía sentido ya preocuparse por él. Además, tal vez eso entretendría a los que habían venido a buscarle y le daría alguna oportunidad de huir. Sólo pensaba en echar a correr.

Entonces, escuchó un silbido. Algo le golpeó la pierna.

Bajó los ojos para descubrir aterrorizada el oscuro penacho de plumas de la flecha que había atravesado su muslo. No había empezado a chillar aún cuando le llegó el turno a su hombro.

Cayó de espaldas, sin respiración. Lo peor de todo, se dijo, es que no le dolía.

Un sonido extraño, como golpes sobre madera le hizo girar el cuello hacia su izquierda. Era un jinete. ¿Qué hacía un jinete en mitad de la carretera?

Sonrió, sin saber por qué. Notó también el regusto salino de las lágrimas en su lengua y trató de incorporarse, apoyándose en su brazo ileso.

Quería verle bien.

Era exactamente tal y como podía esperarse. Rubio, con los cabellos dispuestos en trenzas gemelas, los ojos rasgados de puro verde, pupilas felinas sobre unos pómulos afilados y un labios cerrados en una mueca severa, cruel. Hermosa en cualquier caso.

Demasiado hermosa.

—Fue un accidente. Sólo queríamos salvarle, le llevábamos a un hospital...

El elfo se inclinó sobre su montura. Al alzar el puño, una llamarada con forma humana le asomó brevemente entre los pliegues de la túnica. Justo antes de que el corcel hundiera los cascos en su rostro, ella acertó a escuchar cómo el bosque temblaba con el viento de la noche, asintiendo a unas palabras hechas de puro silencio.

—Somos los Primogénitos, bruja. Nunca nos humillará la compasión de tu pueblo.

8 comentarios:

kuroi yume dijo...

mieeerda!
me acabas de matar, Javi! Creo que esos cascos me han aplastado a mí! menuda locura!

Juanma Sincriterio dijo...

¡Por fin alguien saca a la luz la verdadera naturaleza joputa de los elfos! Estaba ya un poco harto de que me los presentaran como metrosexuales con mullet, la verdad...

Ramón Masca dijo...

Menos mal que hoy en día los metrosexuales con mullet son los vampiros y dejan impoluto al legado de épica y honor de Tolkien, con sus chinos malévolos y sus negros sirviendo al mal y siendo aplastados por los bellos arios de Gondor...
(el coemtario borrado era mío, que lo he firmado como no era)

kuroi yume dijo...

los vampiros con mullet era en los 90, ahora van con fequillo emo!

Anónimo dijo...

Parece que los elfos han decidido ponerse en plan cabrón, los de Esteban dan miedo por vengativos y perdonavidas, y los de Guillermo del Toro, en cambio -y a cambio- te hacen estallar -de tedio- por puro petardos.

Higronauta dijo...

¿Cuantos puntos del carné por atropellar a un elfo?

Ramón Masca dijo...

¿Cuántos puntos te quitan o te dan?

Sergio dijo...

¿Ese elfo no se llamará Charles Bronson?