El monstruo de Saraqusta (1 de 3)

encontrado en un maletin de difuntos lunes cualquiera


por Ricardo Riera

I

Eric Balfour tenía sesenta y tres años cuando se acercó al misterio del monstruo de Saraqusta. Su aproximación a él había sido, a diferencia de todo lo demás en su carrera, por casualidad. En aquel momento había hecho una pausa en su ajetreada vida como director de la Biblioteca Central de la Universidad de Oxford para corregir un texto que pensaba ofrecer como regalo a Reisha Roberts, joven promesa de los ambientes académicos ingleses.

El texto en cuestión era una edición del siglo dieciocho del famoso Homo et Lupus, obra del siglo nueve atribuida al abate Pietro Dellamore y escrita en falso latín. La obra contaba con una historia bastante curiosa: después de su redacción, había permanecido cuatro siglos en los sótanos de una abadía en la zona de Abruzzo hasta que otro religioso, el franciscano Bernardino Perrone, descubriera que se trataba en realidad de un código hábilmente construido con los caracteres latinos siguiendo reglas matemáticas.

Como sorpresa para su joven amigo Reisha (lector asiduo de literatura fantástica), Balfour estaba preparando una reedición del texto original de Dellamore, con una nueva traducción y un prólogo escrito por él mismo. El viejo Eric no tenía en gran aprecio el género, pero esperaba que un regalo como ése sirviera para sacar a su amigo de la terrible depresión que siguió a su viaje por las poblaciones de la frontera ruso–polaca, en el que había conocido a una muchacha de Bialystok de la que se había enamorado breve pero intensamente.

El texto del abate no es muy conocido ni siquiera entre los más adeptos al género, pero basta decir que se trata de una semblanza detallada y minuciosa de ciertos fenómenos sobrenaturales que tuvieron lugar en la región en los primeros siglos de la era cristiana. En cuanto a las razones que llevaron a aquel paciente e ingenioso hombre del clero a escribir sus crónicas en un lenguaje cifrado de su propia invención, éstas aún son desconocidas, pero no es difícil imaginar la presión que debió haber sentido por parte de ciertas autoridades eclesiásticas que bien podrían haberlo condenado por hereje. Nada de esto se puede afirmar con seguridad porque la famosa edición de Eric Balfour (que entre otras cosas incluía una rigurosa investigación documental encargada por el mismo catedrático) nunca llegó a ver la luz.

Pero eso ya forma parte de otra historia.

Lo importante aquí es que cuando Eric Balfour comenzó su lectura de aquel original, encontró dentro de él, cuidadosamente doblado, un manuscrito de cuatro hojas escritas por ambas caras. El soporte era papel de carta común y corriente, escrito en español con bolígrafo azul en una letra de molde que parecía un ejército de cucarachas. A primera vista, parecían las anotaciones que un investigador previo había olvidado dentro del ejemplar, descuido imperdonable para alguien tan meticuloso como Eric Balfour y que sin duda haría que rodaran unas cuantas cabezas en aquella biblioteca.

Pero al examinar de cerca el contenido de aquellos pliegos, se dio cuenta de que lo que estaba escrito no tenía que ver directamente con el texto del abate. Los folios, firmados al final por un tal Víctor Blanco, tenían el ostentoso título de “El monstruo de Saraqusta”. En sus líneas se contaba la historia de un licántropo llamado Sofien-Hamad, perteneciente a una especie de tribu conocida como los “Garugas”. La historia, seguramente ficticia pero narrada como si fuera un hecho real, ocurría en un pasado remoto pero imposible de identificar con certeza. Asimismo, presentaba numerosas llamadas y correcciones hechas al margen, incluso con preguntas al texto, como si en vez de una pieza narrativa se tratase de un ensayo o comentario sobre un hecho histórico en el cual este supuesto monstruo, dispuesto a atacar junto a sus hordas la ciudad de Saraqusta, decide a última hora traicionar a sus hermanos y pasarse al bando de los defensores.

El primer y último párrafo eran absolutamente ilegibles, pero Eric leyó con atención el resto, sin saber que en aquel preciso instante había relegado a un segundo plano no solamente al bueno de Pietro Dellamore, sino también a su querido amigo Reisha Roberts.

El confuso texto de Blanco es reproducido fielmente a continuación:

(continúa...)

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