El monstruo de Saraqusta (3 de 3)

encontrado en un maletin de difuntos viernes cualquiera


III

Aquí termina de forma brusca el manuscrito de Víctor Blanco. Naturalmente, la consideración de este fragmento como algo más que un simple ejercicio literario acarrea infinidad de problemas. El principal es, quizá, la misma ciudad. El nombre de Saraqusta puede remitirnos a Zaragoza, ciudad española que recibió aquel nombre durante la época de dominación musulmana (de hecho, la mención a un califato que bien podría ser el de Córdoba apoyaría esta hipótesis). Sin embargo, es imposible que un ataque a la ciudad tan grande como el que relata el texto haya pasado desapercibido para los cronistas de la época. Además, los dos nombres propios que se mencionan son ridículos; ninguno de ellos pertenece a la cultura islámica. Se trata simplemente de vulgares construcciones fonéticas, aparentemente hechas al azar. De sobra está recordar que las descripciones arquitectónicas que se hacen de la ciudad no tienen ningún asidero estético ni histórico, y que más bien parecen remitir a una bizarra mezcla de culturas sin ningún tipo de criterio.

La maldición de los Garugas era, indudablemente, la licantropía, y allí radica la única conexión aparente entre el manuscrito y el códice de Dellamore. Para aquellos que lo dudan, basta decir que la palabra “garuga” tiene una gran similitud con el término francés “garou” (de “loup–garou” o mejor dicho “hombre–lobo”). El problema está en que estos fenómenos no son típicos de la región de Zaragoza, sino de otras zonas del norte de España, especialmente Galicia.

Pero quizá el mayor misterio de todos sea el propio Víctor Blanco. Este nombre, evidentemente falso, no aparece en ninguno de los registros de autores publicados en lengua española, y sin embargo, las anotaciones hechas al margen del texto hacen un montón de referencias a otros libros suyos escritos con anterioridad, libros que por supuesto no han podido ser localizados. Por alguna razón, Eric Balfour dudaba que fuera un autor ficticio, y las palabras de aquel hombre, que de repente comenzaron a cobrar un fuerte significado para él, lo lanzaron a la búsqueda del elusivo autor durante varios años. Finalmente, un colega suyo de la Biblioteca de Oxford recibió una llamada telefónica en la que un desesperado Balfour afirmaba haber encontrado al misterioso señor Blanco en un directorio de autores de Byalistok, Polonia.

Nunca se supo si lo contactó. Eric Balfour desapareció sin dejar rastro poco después. Todos sus objetos personales se encontraron en su habitación del campus universitario. Se supo que, efectivamente, había adquirido un pasaje de avión hasta Varsovia, y que una vez ahí, había alquilado un coche para ir hasta la localidad fronteriza de Byalistok, pero el vehículo fue hallado vacío cerca de un cementerio abandonado. En cuanto a Eric Balfour, nada se supo de él. Era como si hubiese desaparecido de este mundo.

1 comentarios:

kuroi yume dijo...

Creo que no te lo había dicho, pero me encanta lo poético de esa traición... y bueno, hacerme imaginar a H.P. rodearse del hecho diferencial ibérico es algo que te agradezco infinito.